domingo, 11 de abril de 2021

Dime con quien andas

La tarde en que Facundo conoció al “Bocha” fue uno de esos momentos trascendentales que cambian el desarrollo de una vida. 

El Bocha era en ese entonces una figura clave del barrio. Emprendedor, era dueño de un carrito de comida que abría todos los días en la costanera, y de otro de choripanes que operaba cuando jugaba el equipo local. Con los años también se dedicaría a la construcción. 

Sin embargo, éstos eran todas pantallas para cubrir el negocio real. El Bocha estaba a cargo de la droga que se distribuía en lo que él denominaba “su zona”. La policía recibía lo suyo y no se metía.

Facundo era un chico despierto e inquieto, siempre buscando progresar y que nunca se conformaba con lo que tenía. Fue por eso que el Bocha le vio potencial y le ofreció trabajar para él.

Comenzó haciendo encargues, pero al poco tiempo ideó el plan para expandir el negocio al barrio lindante. Primero acomodó a los policías, luego armó la distribución y también se encargó de que gente suya comenzara a patrullar la zona, para marcar el territorio.

En tan sólo cinco años se expandieron por todo el sur de la ciudad, y Facundo se convirtió en la mano derecha del líder criminal.

Como siempre le sucede a cualquier imperio en expansión, desde el Oeste encontraron una férrea oposición a sus planes de conquista.

Ninguno estaba dispuesto a negociar, y era el todo por el todo. Los del Oeste comenzaron saqueando uno de los cuarteles del Bocha, llevándose droga y dinero. La represalia no tardó en llegar y, comandados por Facundo, les volaron un depósito con armas y camionetas.

Luego de varios enfrentamientos, la batalla final se dio al descampado. Facundo y veinte de los suyos cruzaron al cabecilla rival acompañado de otros tantos, y se mataron a tiros. 

Facundo salió ileso, pero no pudo escaparle a la ley que ya no pudo hacer la vista gorda. Lo sentenciaron a veinte años en un penal de máxima seguridad, mientras que el Bocha ganó el Oeste sin haber tirado él ningún tiro.

Siendo quien era, el ya condenado luchó por hacerse cargo del comercio dentro de la cárcel. Pero poco le sirvieron su nombre y reputación. Al mes de entrar, el dueño del pabellón se encargó de liquidar sus sueños de grandeza.

En el barrio lo recuerdan como el pibe que eligió el camino fácil.


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